viernes, 9 de octubre de 2015

Antiguos Saberes

Nos cuenta George Borrow, un misionero ingles, que estando en Granada con el objetivo de convertir al protestantismo a la población gitana de la ciudad, fue testigo de como los gitanos se daban cita en las cuevas del Sacromonte para hablar sobre las ''cosas de Egipto''. Hoy, mientras holgazaneaba con mi amigo en la Placeta del Sol, conocida por las buenas gentes como ''El Lavaero'', observe un hecho que servirá, junto con la historia de Borrow, para justificar la extravagante conclusión que os brindo al final de este texto. 

Bien, estaba yo con mi amigo fumando y bebiendo cerveza cuando un egiptiano revolucionó lo que en estos momentos era el ocaso de una conversación sobre mujeres. Al gitano no podre describirlo, puesto que antes de que se sentara tras una columna paralelo a nosotros y empezara delirar no le habíamos prestado atención alguna: -Personajes costumbristas en Granada los hay en numero suficiente como para que la aparición de uno de ellos no llegara a interrumpir nuestra entretenida conversación-, eso fue lo que debimos pensar, después llego la sorpresa. Esta llego como lo suelen hacer las sorpresas, con impertinencia y molestia: el gitano, del que solo veíamos su sombra nerviosa y de contorno dorado por el sol del atardecer, empezó a hablar en tono de protesta sobre distintos asuntos ridículos y absurdos, su dialogo violento provoco en un primer momento que las palabras apagadas que aun se resistían a irse con el atardecer a otro lugar mas concurrido de la ciudad quedasen mudas. En ese momento mire a mi amigo y después a la botella de cerveza que acabábamos de terminar, supongo que si el gitano no hubiese cambiado de repente y sin que lo notásemos el contenido de su verborrea, aquella mirada hubiera bastado para provocar que mi amigo me sugiriese la idea de irnos de allí. Pero las palabras locas de aquel hombre estaban tensando de tal manera el ambiente que nos empezaba a incomodar siquiera el movernos. Fue entonces cuando oímos por primera vez la palabra ''vikingo'' de boca del gitano, nuestro asombro vendría cuando nos dimos cuenta de que aquel hombre no hacia otra cosa que declamar en ese instante algún fragmento de una saga nórdica; pronto se rompió aquella ilusión y de nuevo el torrente de palabras volvió a ser un batiburrillo de quejas y frases inconexas. Cuando aun no nos habíamos repuesto del todo de aquel rayo sin nube otro fulgor sobresaltaba nuestros oídos, ahora con ribetes orientales: puesto que aquel gitano empezaba a divagar sobre los orígenes judaicos del barrio, -nos encontramos en el Realejo, punto neuralgico de la Garnata al-Yahud- y sobre el monoteismo de los hebreos...del cual negó su originalidad ya que antes Akenaton había hablado de un Dios único!. Yo no podía salir de mi asombro, en ese momento me hubiera esperado, en caso de que la escena no se hubiera visto interrumpida por la llegada de unos amigos del gitano loco, haber podido escuchar retazos del Popol Vuh, alguna historia sobre la Ciudad de Bronce o incluso sentencias de antiguos filósofos.

Me despedí de mi amigo en Plaza Nueva, desde que bajamos desde el ''Lavaero'' no pronunciamos apenas palabra, mas que para convencernos el uno al otro de la escena tan extraña que habíamos presenciado. Pronto cogí camino a mi casa que estaba en la otra punta de la ciudad, mientras caminaba me acorde de aquel misionero protestante y las historias que contaba sobre los gitanos de Granada. Cuando salia de Calle Elvira atravesando la puerta monumental que formaba parte de la antigua muralla de ciudad, escuchando a lo lejos el guirigay de risas, voces infantiles, gritos y músicas de calle que forman la orquesta diaria de la ciudad, fui preso de una revelación. Queda aun un saber antiguo y mágico entre los gitanos del Sacromonte y el Realejo, un saber que no se aprende sino que se respira y que termina por afectar a los que viven largo tiempo cerca de las cuevas y los antiguos hornos donde antes se reunían aquellas gentes. Es posible incluso que en cierta medida la locura que de vez en cuando se manifiesta entre los naturales de Granada, esa locura que no es paralela a la locura de la modernidad que es el marchamo de las grandes urbes, sino que es aun una locura romántica; es posible aun como digo que esa locura no sea otra cosa que los restos de aquellas ''cosas de Egipto'' que los gitanos y probablemente antes los árabes trajeron desde oriente a este enclave de romanticismo dentro del caos de la posmodernidad.

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