viernes, 9 de octubre de 2015

El Panderete de las Brujas III

Paso a reproducir el texto que encontré plegado mientras consultaba la edición más antigua que se conserva del libro de Manuel Fernández y González, en el cual aparece citado el Panderete de las Brujas:

''A las tres semanas de la rendición de Granada, una vez que la situación se había calmado entre la morisma, decidimos salir a buscar algún tesoro que los más nobles entre los granadinos hubieran podido haber escondido en las cercanías de la ciudad. Con este ánimo nos dirigimos al pago que los moros llamaban Dínadmar o Aynadamar, varias horas estuvimos buscando entre los huertos y albercas que había en este lugar hasta que cansados por el esfuerzo y desanimados por lo infructuoso del trabajo nos subimos a una especie de cerro plano que coronaba el lugar con la intención de otear mejor desde allí los alrededores en busca de nuevos destinos, el sitio era yermo pese a que en el entorno había agua en abundancia, las plantas crecían mustias y la tierra, de un rojo provechoso en el resto del pago era aquí grisácea, como si muchos incendios hubieran ocurrido en este lugar sin que nunca acabara de recuperarse del todo.

Al rato uno de los hombres que tenia encomendado el patrullar el cerro vino a nosotros con gran cuita y lamentándose de la mala fortuna y de la codicia que nos habían traído a aquel lugar. Pronto descubrimos lo que angustiaba al soldado: en la parte más alta del cerro encontramos una serie de piedras que formaban un gigantesco circulo coincidiendo con los limites de la meseta que coronaba el cerro, grabadas en las piedras se observaban letras demoníacas e imágenes malignas y blasfemas, un abominable sacrilegio se había llevado a cabo en ese lugar hacia no muchas noches, por todo el sitio seguimos encontrando las huellas del ritual que había mancillado con el mal aquel paraje. Asustados por lo que habíamos visto bajamos con gran prisa a Granada y una vez allí contamos el relato de lo que nos había ocurrido.

Poco tiempo después supimos de boca de los moros de la ciudad que aquel sitio era para ellos un monte prohibido y que lo rehusaban siempre. Inexplicablemente, por lo que pudimos saber, sus reyes habían estado siempre en buen término con una secta maligna que había llegado a la ciudad procedente de algún lugar remoto; desoyendo la opinión de sus sabios y religiosos de acabar con esa secta los reyes visitaban el cerro en ocasiones y hacían donativos a estas mujeres, mientras que el pueblo las acusaba de los mas crueles crimines y de la idolatría mas execrable. Justo cuando las actividades de estas brujas era más importante y osada las tropas cristianas entraron en la ciudad y lo último que se sabe de aquellas es que abandonaron por la noche su guarida, no sin antes proferir dañinas maldiciones sobre la ciudad y sus habitantes. 

La Inquisición acabó por mandar purgar el lugar, pero es bien sabido que tal orden no se llevó a cabo exhaustivamente, tal era el miedo y el mal que se desprendía de aquel santuario diabólico. Este monte paso a ser conocido como el Panderete de las Brujas, por la forma del cerro y las cosas que se han relatado que ocurrían en su cima''

Anónimo siglo XV.

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