El príncipe se pasaba todo el día dibujando puertas, le gustaba imitar lo que había visto hacer a los alarifes por las murallas de toda la ciudad mientras enseñaban las formas y medidas de estas a los peones y maestros de obra que estaban encargados de fortalecer la medina con nuevos tramos de muralla, y de restaurar aquellos otros que por falta de mantenimiento mostraban desprendimientos y grietas.
Era una autentica obsesión la del hijo del rey por aquellas: de ángulos rectos, con decoraciones, acompañadas por vides que subían siguiendo el alfiz del arco y dejaban caer sus pámpanos por el dintel como si fuera un hermoso pelo ensortijado. También las dibujaba redondas y por supuesto imitaba aquellas que veía en la Alhambra y en otros palacios, a algunas les daba una puerta de madera y a otras rejas de hierro, a unas pocas en cambio las dejaba sin ningún tipo de cierre, pintándolas oscuras totalmente, como si la habitación a la que daban paso fuera un espacio sin ventanas o las profundidades de una cueva.
A tanto llego la manía del príncipe que en cuanto tuvo la posibilidad
de gobernar en nombre de su padre, que en ese momento se encontraba
haciendo la guerra como vasallo del rey de Castilla, mandó convocar a
todos los sabios y alarifes de Granada para que unos pensaran la puerta
más hermosa del mundo y otros la construyeran en algún lugar todavía por
decidir de la ciudad. [...]
Imagen: Arco en ruinas. José Larrocha (dibujante), cerca de 1900
Imagen: Arco en ruinas. José Larrocha (dibujante), cerca de 1900
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