Entre las dos grandes calles históricas de Granada, la de época musulmana: Calle Elvira, y la que es el símbolo de la ciudad burguesa: Gran Vía, hay una pequeña callejuela que va a dar a una plaza sin salida. Esta plaza está en la trasera de la famosa Casa Cuna, que a su vez se encontraba en su día enfrente de las Casas de la Inquisición; otro lugar cercano que cabe la pena recordar es la Casa de las Tumbas, donde se encuentra un antiguo baño árabe prácticamente desconocido para la mayoría de los granadinos.
Pues bien, tenemos que en esa pequeña plaza, totalmente oculta a los transeúntes que van de Gran Vía a Elvira, existe un pequeño brocal de pozo cegado, ese pozo que apenas se adivina entre el suelo de la plaza es uno de los más antiguos orificios por los que las entrañas de la tierra daban a los primeros pobladores de esta tierra una idea de lo terrible e ignoto que era para ellos el mundo que existía bajo sus pies. El pozo del que hablamos no es un pozo cualquiera, por las fuentes escritas y las historias que más adelante os contaremos podemos darle a ese pozo un nombre, el de pozo Airón. Airón, como el dios de los pueblos prerromanos encargado de custodiar las aguas subterráneas y el inframundo.
Hasta aquí esta pequeña introducción, quedaos con este sitio y el nombre de ese pozo, porque pronto los amarillentos documentos que hemos podido consultar nos habrán de contar las maravillas pero también las funestas crueldades que en torno a esa plaza se han dado cita, y lo más sombrío de todo: los silencios, los ubicuos y lacerantes silencios con que nos vemos siempre obligados a cerrar la mayoría de nuestras indagaciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario