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“Se retrata el barrio predilecto / de los amigos de las Musas / el Albaicin famoso / congregados estos por Afán de Ribera / en su huerto de las Tres Estrellas”
jueves, 2 de noviembre de 2017
Un pintor japonés en la Alpujarra: Shu Ichimura
En lo más alto del barranco de Poqueira un pintor japonés quedó tan cautivado por la belleza de la Alpujarra que decidió dedicar el resto de sus días a retratar el espíritu de Sierra Nevada. Shu Ichimura murió en 2004, pero dejó un legado que fusionaba la fina y delicada pintura de tradición japonesa con las formas y los tonos de Dalí y la atmósfera mágica de Granada. En el Mesón Poqueira de Capileira, donde se alojó en su nueva tierra de adopción, mantienen una buena parte de su obra, y queremos adjuntaros algunos de sus cuadros:
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lunes, 24 de abril de 2017
El Mesón
La birlesca del Gallo tenía su ermita en el mesón de
Gelves, en la Acera de los Valientes, amparo de jaques y gerifaltes que
se acogían a ella como a sagrado. El morapio –y mucho se cuidaban de no
bautizarlo para según quién– se lo servía la Constanza, tusona de
algunos vellones el tropezón, bachillera en lo suyo, que había sido
marca de un pobre desgraciado al que habían dado las postrer ansias y
tenía que ganarse la vida. Andaba la cosa entre letanías y blasfemias dándole
a la descuadernada, bajo la mirada del Gallo, que no le gusta alijar la
nao. Se atusó el mostacho, muy hidalgo, pensativo, con la mano cerca
del respeto, desenvainada junto a la gamba, que más vale un por si acaso
que un válgame Dios. Entró un pisaverde, con mucho vuelo de capa y
herrería y voto a tal y cual, por vida de, preguntando por el Gallo que a
esas alturas miraba al galán con el baldeo en gavia, presto a meter
mano a la blanca en cuanto se terciara. Un mocito en busca de venganza
por haberle trinchado las asaduras a algún pariente. Se encogió de
hombros el Gallo. Levantóse de la silla y se persignó, saliendo sin
darle la espalda al bonito. Cosas del oficio. Lástima que ese lance no
lo cobrara.
Tiempo abandonado
Es posible abandonar el tiempo: esto no
significar morir, igual que un espacio se abandona es posible marcharse
del tiempo, dejarlo lánguidamente estar sin habitarlo, sin pensarlo,
estancado en un presente infinito.
De todas formas es muy difícil que esto ocurra. Olvidar es imposible. El olvido no tiene tiempo, no ocurre, es posible sin embargo abandonar, dejar sin estar. Y en el tiempo abandonado también hay ruinas, y grietas, peligrosas grietas. Hay una serie de pensamientos que pueden intuir estas ruinas, divisar las grietas de tiempos abandonados y hacer conjeturas, a estos pensamientos les encanta el silencio, la oscuridad y el moho que aparece en los lugares sin transito.
De todas formas es muy difícil que esto ocurra. Olvidar es imposible. El olvido no tiene tiempo, no ocurre, es posible sin embargo abandonar, dejar sin estar. Y en el tiempo abandonado también hay ruinas, y grietas, peligrosas grietas. Hay una serie de pensamientos que pueden intuir estas ruinas, divisar las grietas de tiempos abandonados y hacer conjeturas, a estos pensamientos les encanta el silencio, la oscuridad y el moho que aparece en los lugares sin transito.
Es importante
que nunca estos pensamientos entiendan que pueden convertir las ruinas
del tiempo abandonado en metáforas sobre la inmortalidad, en ucronías
donde el tiempo abandonado se convierte en tiempo alternativo.
En Granada un sabio mago comprendió que los tiempos abandonados eran peligrosos, que los pensamientos humanos convertirían en metáforas demoníacas las ruinas que solo eran capaces de divisar sin entenderlas. Con su poderosa magia el brujo creo un relato mítico que serviría para atraer hacia una ficción eterna a todos los pensamientos humanos capaces de asomarse por las grietas del tiempo en ruinas. La canción del mago por desgracia afectó a la realidad, y a día de hoy se puede ver como en la ciudad el tiempo alterado da lugar a infinitas paradojas cada vez mas agresivas.
Hay quien dice que es cuestión de tiempo que el poderoso hechizo haga que la realidad abandone finalmente la ciudad.
En Granada un sabio mago comprendió que los tiempos abandonados eran peligrosos, que los pensamientos humanos convertirían en metáforas demoníacas las ruinas que solo eran capaces de divisar sin entenderlas. Con su poderosa magia el brujo creo un relato mítico que serviría para atraer hacia una ficción eterna a todos los pensamientos humanos capaces de asomarse por las grietas del tiempo en ruinas. La canción del mago por desgracia afectó a la realidad, y a día de hoy se puede ver como en la ciudad el tiempo alterado da lugar a infinitas paradojas cada vez mas agresivas.
Hay quien dice que es cuestión de tiempo que el poderoso hechizo haga que la realidad abandone finalmente la ciudad.
viernes, 17 de marzo de 2017
domingo, 12 de marzo de 2017
La Casa de los Mascarones
Las cabezas monstruosas que colgaban de la fachada debían servir de aviso para todo aquel que se aproximara: eran los guardianes de un paraíso cerrado para muchos; de un jardín abierto a pocos.
Titanes que sujetan la bóveda celeste sobre sus hombros. El sueño de un místico que quiso vivir en el Edén del Profeta cuando ya se había apagado el canto del último almuédano de Granada y discutir sobre Teología y Filosofía como un Epicuro sin las rigideces que imponen la negra sotana que viste. Quiso transcribir en la piedra los versos que escribió sobre los amores de Adonis y Venus.
Titanes que sujetan la bóveda celeste sobre sus hombros. El sueño de un místico que quiso vivir en el Edén del Profeta cuando ya se había apagado el canto del último almuédano de Granada y discutir sobre Teología y Filosofía como un Epicuro sin las rigideces que imponen la negra sotana que viste. Quiso transcribir en la piedra los versos que escribió sobre los amores de Adonis y Venus.
lunes, 6 de marzo de 2017
El dios Airón (II)
Un desfile de sombras recortadas por el fuego se retorcían, de uno a otro lado, al son de cítaras, aulos y gemidos cada vez más intensos. En aquel salón, levantado según unos orientales les habían indicado, danzaban y bebían llenos de regocijo los elegidos por la Triple Diosa en la más profunda intimidad. Estaban de celebración. Tres nuevas jóvenes habían sido aceptadas por Deméter, la Dea Mater, que presidía la sala en forma humana ataviada con el largo vestido de los íberos, tocado desde lo alto de la cabeza a los pies con gran colorido, plagado de collares de oro repletos de medallones, recordando a aquella Madre que preside el altar más sagrado de Éfeso. Con ojos terribles y mirada hierática ella sonreía mientras se tambaleaban sus adoradores con movimientos cada vez más violentos. Pronto afloraría la naturaleza más salvaje y fiera del hombre. Al son del fuego aquella corte de ménades y sátiros empezaron a quebrar las ánforas de oriente, y los vasos comenzaban a volar sin apenas haber tocado el dulce vino tracio mezclado con aquella miel ática.
Artículo sobre el depósito de Calle Zacatín: http://ler.letras.up.pt/uploads/ficheiros/14357.pdf
De súbito, a un gesto de la sacerdotisa las antorchas se apagaron y aquella noche de luna nueva sumió al séquito de bacantes en la más profunda oscuridad. Una lucerna se iluminó al fondo del patio, y titileante se dirigió hacia la boca del túnel que se abría en su extremo. Los manes de terracota parecieron girar sus ojos, y sólo protegidos con pieles de leopardo aquellos seres poseídos por daimones alzaron sus manos y portaron consigo las copas más preciadas. Descendieron a los pies del recinto sagrado hasta que una forma con apariencia de bestia les detuvo. Dos poderosos cuernos revelaban que era él, Término, Acheloo, el dios padre con forma humana, al que algunos griegos luego llamaron Gerión en Iberia. A sus pies había una grieta, y todos sabían lo que debían hacer. La vajilla ritual, traida de Eubea y Delfos, debía ser enterrada para sellar el lugar y aplacar al genio de Ilturir. Como relámpagos cayeron las copas al unísono, y la figura desapareció. Un temblor selló la brecha. El séquito, tras recuperar el aliento, volvió a recuperar el ánimo y el aedo, con un canto en la lengua de los iliberritanos, se adelantó para presidir la comitiva. Y así, cruzando el río sagrado que separaba la ciudad de los vivos y de los muertos, dirigió sus pasos hacia el bosque sagrado que lúgubre se levantaba frente a la ciudad de Ilíberis, la de ocres muros.
Justo a las puertas del nuevo milenio, en 1999, los arqueólogos hallaron en la calle Zacatín los restos mudos de aquel ritual sobrecogedor. Cerámicas áticas de barniz negro y figuras rojas, vidrios de lujo, entregados a una divinidad desconocida en una ceremonia olvidada. El sello había sido roto después de dos milenios, pero el espíritu que los recibió llevaba ya siglos despierto, en silencio, pese a que su cuidad haya mudado de nombre pero no de símbolo. La granada, como bien sabían los investigadores del equipo que envió la universidad, era uno de los atributos de Perséfone y Plutón, señor de los infiernos. La cara deforme y monstruosa que hallaron en una de aquellas copas era su atributo más arcaico, más primitivo y también el símbolo de aquella Ilíberis o Iliberri que hoy es Granada.
Artículo sobre el depósito de Calle Zacatín: http://ler.letras.up.pt/uploads/ficheiros/14357.pdf
Una de las copas halladas en el depósito de Calle Zacatín (p. 33 del artículo)
Una de las monedas de la ceca ibérica de Ilturir/Iliberis/Iliberri (Granada)
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martes, 21 de febrero de 2017
El dios Airón (I)
El dios Airón (I)
Era julio de 1431, y nuestros soldados, derrotados, huían del desastre que acababa de sorprenderles. Lanzas rotas y adargas ensangrentadas regaban las acequias de la vega. Los caballos corrían sin jinete que los guiara y, en medio del caos, los caballeros infieles avanzaban sin resistencia alguna arrasando todo a su paso. ¿Qué habíamos hecho, oh Allah, para merecer esto? No sin grandes penas conseguimos refugiarnos tras las imponentes defensas de Puerta Elvira y Birrambla... Pero Granada ya no era un sitio seguro. Creíamos que podríamos descansar bajo las soberbias murallas que construyeron nuestros abuelos... ¡qué ingenuos habíamos sido! A medianoche supimos que el verdadero mal estaba dentro, y no fuera, de nuestros muros.
El rey de los cristianos, Juan II, lo tenía todo a su favor: la perla de Andalucía, indefensa, estaba al alcance de su mano. Pero aquella noche los centinelas prestaban más atención a la colina del Mauror que a la multitud de antorchas que iluminaban nuestra vega como un mar de estrellas. Nadie, fuera o dentro de Granada, pudo conciliar el sueño. Grandes destellos y fuertes llamaradas estallaban por detras de la Alhambra, iluminando las Torres Bermejas desde las profundidades de las mazmorras que perforaban sus cimientos. Y luego... luego algo comenzó a sacudir el suelo una y otra vez. “La tierra se estremecía con grandes vaivenes y subterráneos bramidos y truenos que en sus entrañas se oían, atemorizaba á los más valientes, y todos esperaban grandes cosas”, llegó a escribir Fernán Gómez de Ciudad Real, unas décadas después.
Allí, convocados por el emir de los creyentes, se había reunido el consejo de ulemas y alfaquíes, presididos por un extraño sufí al que el pueblo respetaba y por cuya oscura fama el rey había desterrado a los yermos de Guadix y Baza... La situación era desesperada, ¡después de 700 años, los últimos musulmanes resistían en Granada sin más esperanzas que las de un ritual en la sombra, en el maldito Mauror!
Al amanecer la magia del morabito no se hizo esperar más. Los pilares de la Granada milenaria se quebraron. Con una violencia procedente de lo más profundo del infierno se hundieron las casas, se arruinaron las defensas y algunas de las más altas torres desaparecieron bajo una espesa nube que cubrió Granada como un espejismo.
Mohammed IX había conseguido salvar la ciudad, aunque a un alto precio. “En este tiempo tembló la tierra en el real del Rey, y en Granada se cayó parte del Alhambra;... fue tan grande este temblor y tantas veces que no había memoria de gentes que uviesen visto otra cosa semejante”, recordaba el soldado Alonso Barrantes Maldonado. Y fue tal su violencia que los cristianos huyeron despavoridos con tal pánico que ni siquiera se fijaron en que la ciudad que dejaban a sus espaldas estaba completamente a su merced. ¿Qué horror habían despertado aquellos magos cubiertos con turbantes?
Las murallas habían quedado arruinadas con brechas por doquier, las mezquitas habían perdido sus alminares y no podíamos rezar a Allah, mas... ¿acaso él había venido a socorrernos? ¡No! ¡Él no fue quién nos salvó del desastre, sino una fuerza largo tiempo olvidada! Incluso el hermoso palacio de cúpulas de lapislázuli que Muhammad V ordenó levantar en los Alixares había sido arrasado, quedando sus maravillas perdidas para siempre.
El daño fue tal que cuando los Reyes Católicos conquistaron la ciudad, aún ésta mostraba las heridas sin cicatrizar de aquel conjuro. Unas heridas que sin embargo habían conseguido mantener Granada bajo el poder de los musulmanes medio siglo más... Y para entonces, cuando los reyes cristianos quisieron saber el origen de aquel terremoto, el silencio de los más ancianos fue lo único que encontraron. Sólo bajo amenaza de muerte, algunos de los más sabios llegaron a responder a los reyes con una fría y sarcástica sonrisa. Éstas fueron las únicas palabras que pudieron arrancarles: "Buscad, buscad en los archivos de la Madraza si de veras queréis saber la Verdad..."
Era julio de 1431, y nuestros soldados, derrotados, huían del desastre que acababa de sorprenderles. Lanzas rotas y adargas ensangrentadas regaban las acequias de la vega. Los caballos corrían sin jinete que los guiara y, en medio del caos, los caballeros infieles avanzaban sin resistencia alguna arrasando todo a su paso. ¿Qué habíamos hecho, oh Allah, para merecer esto? No sin grandes penas conseguimos refugiarnos tras las imponentes defensas de Puerta Elvira y Birrambla... Pero Granada ya no era un sitio seguro. Creíamos que podríamos descansar bajo las soberbias murallas que construyeron nuestros abuelos... ¡qué ingenuos habíamos sido! A medianoche supimos que el verdadero mal estaba dentro, y no fuera, de nuestros muros.
El rey de los cristianos, Juan II, lo tenía todo a su favor: la perla de Andalucía, indefensa, estaba al alcance de su mano. Pero aquella noche los centinelas prestaban más atención a la colina del Mauror que a la multitud de antorchas que iluminaban nuestra vega como un mar de estrellas. Nadie, fuera o dentro de Granada, pudo conciliar el sueño. Grandes destellos y fuertes llamaradas estallaban por detras de la Alhambra, iluminando las Torres Bermejas desde las profundidades de las mazmorras que perforaban sus cimientos. Y luego... luego algo comenzó a sacudir el suelo una y otra vez. “La tierra se estremecía con grandes vaivenes y subterráneos bramidos y truenos que en sus entrañas se oían, atemorizaba á los más valientes, y todos esperaban grandes cosas”, llegó a escribir Fernán Gómez de Ciudad Real, unas décadas después.
Allí, convocados por el emir de los creyentes, se había reunido el consejo de ulemas y alfaquíes, presididos por un extraño sufí al que el pueblo respetaba y por cuya oscura fama el rey había desterrado a los yermos de Guadix y Baza... La situación era desesperada, ¡después de 700 años, los últimos musulmanes resistían en Granada sin más esperanzas que las de un ritual en la sombra, en el maldito Mauror!
Al amanecer la magia del morabito no se hizo esperar más. Los pilares de la Granada milenaria se quebraron. Con una violencia procedente de lo más profundo del infierno se hundieron las casas, se arruinaron las defensas y algunas de las más altas torres desaparecieron bajo una espesa nube que cubrió Granada como un espejismo.
Mohammed IX había conseguido salvar la ciudad, aunque a un alto precio. “En este tiempo tembló la tierra en el real del Rey, y en Granada se cayó parte del Alhambra;... fue tan grande este temblor y tantas veces que no había memoria de gentes que uviesen visto otra cosa semejante”, recordaba el soldado Alonso Barrantes Maldonado. Y fue tal su violencia que los cristianos huyeron despavoridos con tal pánico que ni siquiera se fijaron en que la ciudad que dejaban a sus espaldas estaba completamente a su merced. ¿Qué horror habían despertado aquellos magos cubiertos con turbantes?
Las murallas habían quedado arruinadas con brechas por doquier, las mezquitas habían perdido sus alminares y no podíamos rezar a Allah, mas... ¿acaso él había venido a socorrernos? ¡No! ¡Él no fue quién nos salvó del desastre, sino una fuerza largo tiempo olvidada! Incluso el hermoso palacio de cúpulas de lapislázuli que Muhammad V ordenó levantar en los Alixares había sido arrasado, quedando sus maravillas perdidas para siempre.
El daño fue tal que cuando los Reyes Católicos conquistaron la ciudad, aún ésta mostraba las heridas sin cicatrizar de aquel conjuro. Unas heridas que sin embargo habían conseguido mantener Granada bajo el poder de los musulmanes medio siglo más... Y para entonces, cuando los reyes cristianos quisieron saber el origen de aquel terremoto, el silencio de los más ancianos fue lo único que encontraron. Sólo bajo amenaza de muerte, algunos de los más sabios llegaron a responder a los reyes con una fría y sarcástica sonrisa. Éstas fueron las únicas palabras que pudieron arrancarles: "Buscad, buscad en los archivos de la Madraza si de veras queréis saber la Verdad..."
Las citas son reales, e
incluso hay más:
http://iagpds.ugr.es/pages/informacion_divulgacion/terremotos_julio_1431
Y, ¿quién sabe? Quizás aquella fuerza que sacudió Granada también fue
real... e intentaremos comprobarlo en la próxima entrada. Porque esta
historia sólo acaba de empezar.
Antigua fotografía de Puerta Elvira, arruinada en este terremoto,
con su cruz y una de las puertas interiores, hoy desaparecidas. (foto)
Palacio de los Alijares o Alixares, en el fresco de la Batalla de la Higueruela
en la Sala de las Batallas de El Escorial. (foto)
jueves, 16 de febrero de 2017
La Puerta Roja
El negro manto de la noche cae sobre Granada. Las hordas de turistas abandonan la Alhambra, donde ya no habita ningún alma. La Puerta de los Siete Suelos, reina de la Montaña Roja desde su trono invisible, espera el amanecer de la luna. Pero ésta, menguante, no llega a iluminarla. Su plateada fuerza se va apagando y, como cada mes, deja que figura quede sumida en las tinieblas. "Semperclausa" llamaron a esta puerta, "la que siempre está cerrada", pues desde que el último rey moro de Granada la abandonara indefensa, los nuevos reyes de fe católica ordenaron tapiarla, horrorizados por la maldición que el último ulema de Granada lanzó para sellarla bajo un conjuro que ningún clérigo ha sido capaz de romper jamás.
De esta forma, sus lúgubres torres parecen crecer en oscura majestad mientras ninguna rama se atreve a romper el pesado silencio que poco a poco las va rodeando. Y algo duerme en el corazón de sus muros, esperando ansiosamente este momento. Las macabrillas que forman los muros de la Alhambra parecen sepultar aún más su quietud, como si las almas de los antiguos cadáveres que custodiaban se encogieran en su interior.
Entonces un ladrido rompe el silencio. Y luego otro. Aquí y allá, sus ecos se multiplican hasta la locura: la Puerta Roja despierta. Desde lo más profundo de sus cimientos un aliento sin vida asciende tras un séquito de terror que le precede en forma de jauría. A lomos de un huracán que retuerce las ramas, sacudiendo la tierra como si mil jinetes cargaran con toda su furia monte abajo, desciende un caballero descabezado y colérico. El frío y la niebla envuelven a Velludo, que vuelve para cobrar su tributo entre los mortales.
Hoy la luna no amanecerá sobre el Cerro del Sol. Solo cabe atrancar los postigos, apagar las luces y esperar que todo niño vuelva a levantarse junto a su madre y todo amante junto a su amada en una mañana que no parece llegar nunca.
De esta forma, sus lúgubres torres parecen crecer en oscura majestad mientras ninguna rama se atreve a romper el pesado silencio que poco a poco las va rodeando. Y algo duerme en el corazón de sus muros, esperando ansiosamente este momento. Las macabrillas que forman los muros de la Alhambra parecen sepultar aún más su quietud, como si las almas de los antiguos cadáveres que custodiaban se encogieran en su interior.
Entonces un ladrido rompe el silencio. Y luego otro. Aquí y allá, sus ecos se multiplican hasta la locura: la Puerta Roja despierta. Desde lo más profundo de sus cimientos un aliento sin vida asciende tras un séquito de terror que le precede en forma de jauría. A lomos de un huracán que retuerce las ramas, sacudiendo la tierra como si mil jinetes cargaran con toda su furia monte abajo, desciende un caballero descabezado y colérico. El frío y la niebla envuelven a Velludo, que vuelve para cobrar su tributo entre los mortales.
Hoy la luna no amanecerá sobre el Cerro del Sol. Solo cabe atrancar los postigos, apagar las luces y esperar que todo niño vuelva a levantarse junto a su madre y todo amante junto a su amada en una mañana que no parece llegar nunca.
Grabado de W. Radclyffe en base a David Roberts (1834).
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"Porta Castri Granatensis semper clausa" (La puerta del castillo de Granada, siempre cerrada) . Detalle de grabado de Joris Hoefnagel (1581).
"Porta Castri Granatensis semper clausa" (La puerta del castillo de Granada, siempre cerrada) . Detalle de grabado de Joris Hoefnagel (1581).
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