"En Diezma, nido de águilas quemado por el sol, se detuvo varias veces el calesero, por causa del cansancio de sus queridos mulos 'Bandolero' y 'Comisario'. Nos quedamos encantados, pues contemplamos un espectáculo de los más pintorescos: en el patio de una casa medio en ruinas, sombreada por un gigantesco parral, se encontraba sentada con un pandero en sus manos una joven gitana de gran belleza. Su madre, o mejor su abuela, de pie tras ella, pasaba un viejo peine, al que faltaban algunas púas, por sus largos cabellos de un negro azulado como ala de cuervo. Un gato y una urraca, animales apreciados por los brujos, parecían charlar amistosamente en el alfeizar de una ventana, mientras que un gran lebrel cuyas enderezadas orejas parecían dos cuernos, miraba a las gitanas con aire diabólico. 'Date prisa', dije a Doré, 'de bosquejar esta escena, pues las brujas van a cabalgar en su escoba y partir al Sábado.' Y discretamente, al abrigo de un laurel, hizo de ella en algunos minutos un croquis encantador."
Charles Davillier sobre su viaje, junto con Gustave Doré, por España, en 1862.